La forma es fondo
Luis Eduardo Enciso Canales.
En nuestro país el discurso político casi siempre está diseñado para generar amplias expectativas con respecto a temas específicos que no serán cumplidas, las razones pueden ser muchas pero las más comunes que podemos observar claramente son; la propia complejidad de los problemas, el escaso conocimiento sobre el tema, la falta de un enfoque previsor que permita la reorientación anticipada y puntual de las acciones, funcionarios no calificados e ineficientes para ejecutar tareas especializadas. En su mayoría personajes sin la experiencia profesional o con una formación que no corresponde con la responsabilidad que les ha sido conferida, la cual inclusive, llega a contraponerse. Por ende las tareas que se van generando no le hacen ni cosquillas al problema a resolver, o bien éstas andan alejadas a varias cuadras del desfile elevando los costos de operatividad de las estrategias. Lo que subyace de todo esto es la velada negatividad de los detentadores reales del poder de no querer resolver algo, ya sea por fines políticos, económicos e incluso por intereses particulares o de grupo.
El control del poder político consiste precisamente en no resolver, en ir dejando expectativas abiertas que crearán un sistema, es decir una forma de hacer las cosas donde el gobierno ira adaptando a los gobernados a un “estilo” que terminará siendo algo natural, la construcción de un paradigma. Un ejemplo claro de ésto son las políticas de desarrollo social basadas específicamente en dar, pero no en resolver, se subvenciona a un elevado costo en lugar de crear fuentes reales de desarrollo que permitan el auto sostenimiento de las familias sin necesidad de depender. Todo esto tiene que ver con sofisticadas estrategias de control que se niegan a resolver, ya que esto impediría a la vez la etiquetación de más recursos para aplicar y poder crear más subsistemas que lo administren. Es decir, si un problema llegará a resolverse de fondo, de “raíz”, entonces se cerraría ese círculo, y se cancelaría un orden que involucra intereses y amarres. Para el lingüista Noam Chomsky, la estrategia de la distracción, es el elemento primordial del control social basado en el desvió de la atención de la gente para así regular los cambios decididos o no por las élites políticas y económicas.
Estos mecanismos de control florecen con mayor frecuencia en modelos que se han resistido a la democratización de los procesos políticos y sociales, al involucramiento de la ciudadanía en las responsabilidades gubernamentales, a la transparencia, y a la falta de alternancia. Esto último no sólo se circunscribe a pasar de un partido político a otro, algo que ha quedado claro que no ha sido la respuesta, sino al control férreo del poder por parte de grupos que no permiten la oxigenación, llámese del partido que sea, es por eso que a últimas fechas hemos sido testigos de luchas intestinas que se han vuelto públicas donde ha quedado clara la ambición desmedida que priva dentro de estas organizaciones y que ha quedado plasmada en actos que van mas allá de la política, escándalos de corrupción, vínculos con el crimen organizado, detenciones, asesinatos. La violencia ejercida en todas sus formas. Contradictoriamente de un estado violento, que ejerce y permite la violencia, hoy abandera una campaña que le está dando buenos dividendos económicos y políticos que involucra la prevención “social” de la violencia.
Un discurso que cumple como muchos otros con las estrategias de manipulación de un problema que nadie cuestionara porque es algo que nos afecta a todos. La postura oficial del problema de la violencia tiene una visión expiatoria de culpas donde el estado ve a todo aquello externo a él cómo violento, sin reconocer lo poderosamente violento que puede ser el ejercicio del poder. El conflicto como materia prima de la violencia ha existido siempre porque el hombre siempre ha sido peligroso y vulnerable a la vez, no olvidemos que quienes ejercen el poder son simples seres humanos iguales a todos nosotros y que la violencia es concebida como cualquier acción o circunstancia humana que produce daño sobre las personas y su entorno patrimonial. Si se quiere erradicar el hambre, la pobreza, la ignorancia, y la injusticia, entonces se debe antes acabar con la violencia institucional, para que la forma de hacer las cosas como hoy se hacen desde las cúpulas del poder modifique la forma y se transforme el fondo, si no el desarrollo estará confinado a estar atrapado en círculos viciosos sexenales o bien a que la violencia nos alcance a todos, incluidos ellos. |